Alicia Bárcena, Enrique García, Ángel Gurría
Cuatro de cada diez jóvenes latinoamericanos no estudian ni trabajan, o trabajan en el sector informal, lo cual reduce sus perspectivas de desarrollo y las expectativas de crecimiento a mediano y largo plazo.
América Latina es una de las regiones más jóvenes del planeta. Una cuarta parte de sus habitantes –163 millones de personas- tienen entre 15 y 29 años, lo cual constituye una oportunidad única para construir sociedades más dinámicas, incluyentes y equitativas, que ofrezcan oportunidades para todos.
Para hacer realidad estos objetivos y aprovechar el potencial de transformación de la región, debemos asegurar que nuestros jóvenes estén debidamente capacitados, cuenten con las habilidades que demanda el mercado laboral, puedan competir con sus pares en las economías más avanzadas, y utilicen plenamente su talento en proyectos de emprendimiento innovadores.
A pesar de los avances en las últimas dos décadas, todavía tenemos mucho trabajo por delante. Cerca del 70% de los jóvenes latinoamericanos no tienen capacidades técnicas, profesionales y de gestión avanzadas; el 21% no estudia ni trabaja ni está en capacitación; y ante las dificultades para encontrar empleo formal, el 19% cuenta con empleos de menor calidad en el sector informal, que no solo atrae a jóvenes de menor ingreso sino también a la clase media emergente.
Esta deficiente inserción de los jóvenes en la economía afecta la capacidad de recuperación económica de la región y limita las posibilidades de reducir la desigualdad y llevar a cabo una transformación productiva que aporte más valor a los productos y reduzca la dependencia de las materias primas. Además, esta situación impide satisfacer las aspiraciones de una juventud latinoamericana nacida y criada en democracia, movilizada y dinámica.
En otras palabras, si queremos que todos los países de América Latina den un salto cualitativo hacia niveles más altos de desarrollo, deberemos incidir en mejorar las habilidades laborales de los jóvenes y en favorecer entornos de emprendimiento dinámico, hoy en día un tanto rezagados en comparación no solo con regiones como Europa o Estados Unidos, sino también con otras economías emergentes en Asia.
Esta necesidad de formación y emprendimiento de los jóvenes latinoamericanos coincide con que, por primera vez en la historia, las personas en edad de trabajar representan el grupo mayoritario (lo que los expertos denominan “bono demográfico”).
Si logramos fusionar este potencial demográfico con las capacidades reforzadas de los jóvenes por medio de políticas públicas eficientes y bien formuladas, en el mediano plazo impulsaremos un crecimiento más incluyente y sustentable en la región. Para lograrlo debemos ofrecer mejores oportunidades a nuestros jóvenes, favoreciendo una estructura económica que produzca empleos de calidad y promueva la diversificación e integración de las actividades económicas.
Con el objetivo de aportar soluciones duraderas y ofrecer un conocimiento valioso para los gobiernos de la región, la OCDE, CAF –Banco de Desarrollo de América Latina- y CEPAL, dedicamos nuestro informe anual Perspectivas Económicas de América Latina 2017 a examinar la situación socioeconómica de la juventud latinoamericana y proponer una serie de medidas para mejorarla.
Los países de América Latina tienen que mejorar significativamente la inclusión política, económica y social de sus jóvenes para que desempeñen el papel protagónico que les corresponde en el desarrollo de la región. Para ello, es necesario crear más y mejores empleos, mejorar las habilidades de los trabajadores y favorecer un ambiente de emprendimiento más dinámico, especialmente entre los jóvenes pobres y de clase media vulnerable, que históricamente han tenido menores oportunidades para prosperar.
América Latina es la región con mayores brechas entre las habilidades requeridas por el sector privado y las ofrecidas por los trabajadores. El 50% de las empresas no encuentran trabajadores con las cualidades que necesitan, en comparación con el 36% en países de la OCDE. Para revertir esta situación, los programas de formación en la región deberán combinar de manera más efectiva el aprendizaje en el aula con experiencias laborales; diversificar la formación hacia habilidades tanto técnicas como “blandas”; y establecer un mejor vínculo con los servicios de empleo para favorecer la empleabilidad y la conexión entre oferta y demanda. Esto, a su vez, fortalecerá la movilidad social entre los jóvenes latinoamericanos y permitirá reducir los altos niveles de desigualdad en la región.
Algunos países en la región ya han mostrado algunos avances y experiencias interesantes para reducir los desajustes de competencias. Brasil, a través del Programa Nacional de Acesso ao Ensino Tecnológico e Emprego (PRONATEC), capacita a más de un millón de jóvenes por año en habilidades profesionales y técnicas demandadas por las empresas locales. Por su parte, el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA) de Colombia ofrece programas de formación continua especializada junto con empresas como General Motors para capacitar a jóvenes de la mano de profesionales de la automotriz. Además, cabe destacar iniciativas privadas como la del Instituto de Formación de Volkswagen en México, que ofrece cursos en competencias que la automotriz identifica como escasas.
Estas acciones van en el buen sentido, pero es necesario hacer más. En el actual contexto económico, marcado por un modesto crecimiento (con proyecciones cercanas al -1% para 2016 y entre 1.5 y 2% para 2017, por debajo de la débil recuperación en los países avanzados), será fundamental dar prioridad a las inversiones relacionadas con el capital humano, las habilidades y el emprendimiento de los jóvenes. La prosperidad y el bienestar de la región dependen de ello.