La carrera por el voto femenino en Brasil*

fotografía

Tom C. Avendaño

El mayor giro político en la vida de Isabella Miranda, una estudiante brasileña de 19 años, ocurrió la semana pasada mientras comía arroz con feijão en la cocina de su casa, en Ribeirão Pires, una zona obrera a las afueras de São Paulo. Sentada en la silla de siempre, a la mesa de siempre, con la tele emitiendo las noticias, oyó a su padre, de 52 años y que vive de hacer apaños de construcción y pintura, proclamar algo inesperado: que para las elecciones generales de octubre en Brasil votaría al agitador ultraderechista Jair Bolsonaro.

Lo que la descolocó no fue el nombre del candidato, que lleva meses subiendo en las encuestas: “He de recordar que mi padre es bastante homófobo y tiene muchos prejuicios: cree que Bolsonaro va poner el país en orden. Estaba muy feliz con su decisión de votarle”, se resigna Isabella. Lo que le desconcertó es cómo se sintió al oír que alguien tan cercano había escogido ya un político favorito cuando ella apenas había pensado en las elecciones, más allá de oír durante meses el runrún de que serán históricas. De repente se vio sola. “Pienso constantemente en esto”, confiesa. “Me siento irresponsable por no saber a quién votar, por no identificarme con nadie… No sé cuál es el origen de este problema”.

Ese origen no está en una cocina de Riberão Pires y el problema tampoco es solo de Isabella. Las mujeres, que representan el 52,5% del electorado en Brasil (77,3 millones del total de 147 millones con derecho a voto), llegan a la campaña electoral más alejadas de los candidatos que nunca: un 41% no encuentra un aspirante que le convenza, según la última encuesta de Datafolha. Así, el 33% pretende meter en la urna una papeleta en blanco y el 8% aún no ha decidido a quién apoyar —entre los hombres, se plantean el voto en blanco un 23% y están indecisos un 2%—. Son números inéditos en los 30 años de democracia brasileña: superan el récord de los anteriores comicios, en 2014, cuando un 16% de mujeres no había decidido el voto y a otro 18% no le había convencido ninguna candidatura a estas alturas. Y alejan al país del punto de salida de 2006, cuando al comienzo de la campaña se calculó un 12% de indecisas y un 9% con una papeleta en blanco preparada.

Ninguno de los 13 aspirantes a presidir el primer país latinoamericano en sus elecciones más impredecibles ha logrado impresionar al grupo demográfico más poderoso. Este fracaso revela la contradictoria relación que la política brasileña mantiene desde hace décadas con las mujeres. En un país donde ellas conforman la mayoría del electorado, son también las menos representadas en los puestos de poder. A escala nacional, las mujeres suman poco más del 10% de la Cámara de los diputados: en la local, hay una concejal por cada siete hombres. La única mujer que ha presidido Brasil, Dilma Rousseff, fue despojada del cargo en un proceso político en agosto de 2016.

Brasil ocupa el puesto 154 de los 193 países que conforman el ranking de la Unión Interparlamentaria de naciones con presencia femenina en política: está solo por encima de países árabes y las islas polinesias. “Al no sentirse parte de la política, las mujeres no se sienten parte del sistema”, aduce Malu Gatto, investigadora de género y política brasileña en la Universidad de Zúrich (Suiza).

A esto hay que añadir la caótica naturaleza de unos comicios en los que el candidato favorito, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, está encarcelado y su agrupación, el Partido de los Trabajadores, no ha querido buscarle un sustituto. Esto ha dejado un panorama incierto liderado por Bolsonaro, un machista irredento (le dijo a una diputada feminista que "no merecía ser violada"), y varios personajes que todavía están dándose a conocer al público. “Las mujeres tienden a asumir menos riesgos y prefieren tener toda la información disponible antes de decidirse. Y este periodo previo a la campaña ha sido bastante turbulento”, aduce Gatto.

Vicepresidentas en el país de los feminicidios

Muchos candidatos se han lanzado a una carrera desesperada por el voto femenino. Cinco de los 13 aspirantes —todos hombres menos dos, la evangelista Marina Silva y Vera Lúcia, más vinculada a la causa negra— han anunciado a mujeres vicepresidentas en sus listas (Bolsonaro lo intentó pero fue rechazado por su elegida y acabó nombrando a un hombre). Tal y como han observado varios politólogos, la cifra es un récord pero todavía está por ver que traiga el feminismo al debate político. En un debate de candidatos la semana pasada, Bolsonaro bramó: “A las mujeres les va mejor que a nosotros ahora, dentro de nada vamos a querer su salario”. El debate siguió como si nada.

Conseguir una representación mayor supone un avance, pero no una solución. Las cifras de feminicidios no paran de crecer: 1.133 de un total de 4.539 mujeres asesinadas en 2017, según datos de la semana pasada. El problema apenas recibe atención en los programas publicados ya por algunas formaciones. “La política que hacen los hombres a veces no nos refleja a las mujeres”, lamenta Ilona Szabó, politóloga y fundadora de Agora, una plataforma por la renovación política. “Ellos buscan respuestas fáciles, soluciones mágicas, el héroe y la fuerza. Las mujeres ya hemos visto que eso no nos va a proteger sin medidas a corto plazo. Así que no nos reconocemos en el sistema, lo que explica la apatía de muchas de ellas a estas alturas de la campaña”.

El cambio es urgente pero es posible que haya empezado. Isabella Miranda se ha apuntado como voluntaria para ayudar en las mesas electorales. “Nunca he votado, y de hecho he esperado al último minuto a sacarme la documentación necesaria para votar porque no quería implicarme”, confiesa. “Pero ahora quiero hacerlo de otra forma. Es una responsabilidad muy grande”.